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El trabajo de un artista es mucho más que sus imágenes y muy frecuentemente conduce a establecer una reflexión sobre las ideas que circulan y construyen la realidad vivida cotidianamente. Abordar críticamente en su conjunto una determinada obra presupone hablar también de lo que hay detrás, de lo que la sostiene como marco y contexto, y de las cosas que sugiere desde aquello que silencia.

José Luis Santalla pertenece a la generación que, iniciando su trayectoria en los años ochenta, ha utilizado la fotografía como una herramienta versátil y dúctil, en una exploración imaginativa de sus posibilidades narrativas.

En su trabajo las series se han sucedido como una búsqueda de posibilidades límite. Muchas de sus imágenes han tendido a construir alegorías en las que los objetos adoptan un significado y un uso diferente, en una clara depuración de líneas narrativas que provienen de una cierta óptica surrealista y que podrían definirse como foto-poema visual.

Sin embargo, su obra ha decantado más por desarrollar un discurso de fragmentación estilística que le permitiera una versatilidad narrativa desde la cual abordar temas concretos, tensiones y contradicciones. La oscilación entre lo inerte y lo animado tiende a dotar de vida propia a los objetos, pero también a los fragmentos e incluso a los paisajes: se trata de una forma de relato simbólica y alegórica que en las últimas series se transforma en una forma de reflexión sobre el mundo y la realidad.

Precisamente es a partir de sus últimas series, Un mundo feliz y Fugas, cuando su trabajo adquiere un espesor más denso, ligado a una meditación sobre los valores y los modelos en la sociedad contemporánea. 

Santi Olmo, 2006

Crítico de arte.

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